Estamos vivenciado las fiestas pascuales también conocidos como el Santo Triduo Pascual. Desde el punto de vista litúrgico se trata de una sola celebración que tiene una duración de tres días cronológicos. Todo comienza el día jueves santo en la tarde, con la Cena del Señor o Misa del Lavado de los pies como se le conoce tradicionalmente. Continúa con la liturgia de la pasión el día viernes y culmina con la Vigilia Pascual el día sábado en la tarde, o en su defecto, la misa del domingo de Resurrección.
Esta tradición está en el origen de la Iglesia apostólica, siendo por algún tiempo la única fiesta celebrada. Los cristianos comprenden rápidamente que lo que Jesús ha realizado en la Última Cena, no ha sido un gesto cualquiera, sino que ha instituido el rito con el que quiere que lo celebremos; pero no sólo esto, más aún, que ha instituido un rito fundamental, cuyo sentido y contenido significativo principal, se explica los días posteriores. En efecto, Jesús en la Última Cena no sólo está instituyendo la Eucaristía como sacramento, está dejando el modo en que quiere ser recordado por la Iglesia de todos los siglos, y les da las claves de lectura teológicas fundamentales de aquello que será realizado por él: su sacrificio en la cruz, su muerte y su resurrección.
En la noche del Jueves Santo, Jesús, pronuncia las palabras que explicarán los acontecimientos posteriores; el viernes y el sábado hasta la madrugada de éste, realiza las acciones con las que estas palabras previamente explicitadas se hacen patentes.
Hay algunos temas de los que hacerse cargo en estos acontecimientos antes descritos; vistos así, no presentan grandes cuestionamientos. Jesús muere, porque así lo ha previsto y por lo demás, estaba anunciado. Por lo tanto, “todo sucedió para que se cumpliera aquello que estaba escrito”.
Hay algunos temas en los que se pueden profundizar al contemplar estos hechos: ¿Todo fue un plan organizado por Jesús y algunos de sus discípulos más cercanos en donde cada uno jugó un papel predeterminado? ¿Jesús tenía plena conciencia y conocimiento de todo lo que iba a suceder? ¿Qué diferencia hay entre la entrega voluntaria de Cristo a la muerte y un suicidio? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Cómo se entiende la resurrección de Cristo?
Son temas gruesos y que requieren de algo de detenimiento para poder responder adecuadamente.
En primer lugar, los acontecimientos tal como son relatados por los evangelios, independiente de los detalles divergentes, nos muestran la independencia que tenía Jesús de sus discípulos; en varias ocasiones los deja solos (Jn 6, 17) o simplemente los envía para que ellos prediquen o anuncien o sanen enfermos (Lc 10, 1ss); a veces hay controversias entre Jesús y sus discípulos o diferencias de opinión sobre algunos temas (Mt 19, 3ss); incluso una vez que Jesús deja de hacer milagros y empieza a juntarse con su grupo más íntimo y muchos empiezan a dejarlo, él mismo les propone, sin esconder el contenido verdadero de la pasión, que si quieren pueden tomar su camino por otro lado, pero este camino va por un sendero conocido, a nadie lo obliga, pero les presenta las consecuencias reales (Jn 6, 64 – 71). Jesús no construye monólogos o diálogos para que otros los repitan; la redención no tendría ningún sentido si su sacrificio no fuera realizado realmente por él; la influencia sobre sus discípulos nunca es para provecho propio o para manipulaciones. Cada uno realizó lo propio dentro de la pasión pero no fueron piezas de ajedrez movidas por Dios para que finalmente sucediera lo que sucedió.
Con respecto de la conciencia de Jesús sobre su mesianismo, sobre su pasión, muerte y resurrección hay opiniones diversas e incluso contrarias.
Para algunos la situación es bastante simple, como Jesús es Dios, y Dios todo lo conoce, entonces él previó todo y asumió desde su nacimiento en adelante. Así, solamente quedaba esperar que todo sucediera como estaba predispuesto por el padre; por esto los evangelios nos dicen que Jesús ha venido a cumplir su voluntad (Jn 4, 34; 5, 30; Lc 22, 42).
Esta tesis tiene varios puntos que analizar porque no está en lo correcto; el más importante es reflexionar en torno a qué tipo de conciencia tiene Jesús de acuerdo a su persona y como se vinculan la unidad de naturalezas humana y divina en la persona de Jesucristo.
Hay un principio que no podemos olvidar que se desprende de la definición que hace muchos siglos hizo el Concilio de Constantinopla: la unión de naturalezas en la persona del Verbo se da naturalmente, es decir, unidas pero no confundidas y distinguidas pero no separadas. Esto es, en la persona del Verbo, cada naturaleza mantiene sus atributos y propiedades sin mezclarse sino distinguiéndose adecuadamente.
El hecho que Jesús haya realizado su encarnación y su vida, incluso su muerte de manera natural, nos lleva a pensar que nunca quiso que su naturaleza divina absorbiera o no respetara a la humana. Si la misión divina de la salvación incluye desde siempre la muerte y la resurrección, la naturaleza humana de Jesús comprende su mesianismo pero respetando sus etapas evolutivas humanas. Así, cuando niño tiene plena conciencia de ser el Mesías y el Hijo de Dios al modo de un niño, y cuando adulto cuando comienza la misión como adulto.
Su conciencia es plena siempre y cada vez más profunda hasta que llega al máximo en el huerto y la cruz, donde experimenta el verdadero sentido de la redención: restaurar la comunión entre Dios y el hombre por medio de su sacrificio; el grito de Cristo en la Cruz, nos está hablando por un lado de la plena conciencia de Jesús del Mesianismo sufriente y que esta entrega se hace patente en la muerte; y por otro lado, nos habla de la conciencia plena de Jesús de ver que en la cruz y en su muerte, al asumir totalmente el pecado del hombre, descubre y experimenta el abismo profundo entre Dios y el pecado a tal punto que no pueden estar juntos, en esto siente el abandono y lo expresa citando el salmo (Mc 15, 34; Sal 22 (21), 3).
Este punto anterior nos lleva a reflexionar en la entrega voluntaria de Cristo; muchas veces me han preguntado por qué razón no se trata de un suicidio de Cristo. Y aquí hay que ser bien delicados en argumentar: un suicidio no tiene nada de voluntario o libre. Más bien sabemos que el hecho de suicidarse es conculcar la libertad y la conciencia de la persona fruto de verse en un callejón sin salida y buscar la muerte por medios provocativos hasta que la consigue.
En el caso de Jesús, hablamos de una muerte voluntaria, de qué el mismo entrega su cuerpo. Incluso si leemos con mucha detención el texto de la muerte nos daremos cuenta que Jesús entrega la vida cuando cree que todo está cumplido; es decir, no necesariamente su muerte se debe a que se le acabó la vida, sino que él entrega concientemente su vida para el mundo, por eso “entrega el espíritu” (Jn 19, 30).
Volviendo al argumento anterior, Jesús no busca necesariamente la muerte, no provoca a los judíos o romanos para que lo maten, sino que sabe que su actitud, sus gestos, sus palabras lo llevarán a la muerte y sabe que en esa muerte está la redención del hombre. Cuando se habla de muerte voluntaria estamos viendo una relación en que Jesús no rechaza morir, no cambia el contenido de su predicación cuando intuye que lo van a matar, pero tampoco se vuelve más provocativo. Él entrega la vida, en la muerte, para la vida del mundo; libremente, voluntariamente.
Y esta entrega voluntaria ¿Era necesaria que pasara por el sufrimiento? Jesús anuncia el Reino. El Reino implica interpelación a aceptar este mensaje. Jesús une a su predicación el misterio de su muerte y resurrección. Se puede fundamentar que unida a la predicación del Reino está el hecho de la muerte y resurrección de Jesús, no como un acontecimiento forzado sino real. La Iglesia continúa esta predicación anunciando la muerte y la resurrección de Cristo como presencia salvadora celebrada en los sacramentos de la Iglesia. Quien acepta el Reino, acepta entonces la muerte y resurrección de Jesús, por lo tanto su salvación.
Jesús al asumir la condición humana, asume todo su itinerario; desde el nacimiento hasta la muerte. Va tomando conciencia progresiva de esta realidad y la va comunicando paulatinamente a sus seguidores más cercanos quienes lo transmitirán como “instrumento salvífico” para todos los hombres.
La pregunta es ¿Por qué la muerte? ¿Por qué una muerte de cruz, cruenta? ¿Por qué el sufrimiento? Estas preguntas pueden que no tengan respuestas demasiado convincentes para quienes buscan una justificación lógica. Más bien, queremos comprender el sentido de la muerte de Jesús orientada a su resurrección es lo que nos llevará a la reflexión.
De la lectura de los textos se pueden extraer algunas conclusiones: la muerte de Jesús es voluntaria y tiene un fin salvífico universal. Es una entrega consciente y sintetiza toda la predicación de Jesús. No busca la muerte, pero tampoco la rechaza, no es una situación inesperada. El contenido de su predicación tiene como centro la explicación de su propia muerte y entrega. La predicación de Jesús pasa del anuncio implícito al explícito y esto es interpretado posteriormente por la Iglesia e incluido en su predicación y anuncio.
Jesús va a mostrar desde su propia comprensión de la muerte un vínculo de unidad plena con el Padre: confianza plena en él, cumplimiento hasta el extremo de su voluntad.
El sufrimiento aunque no es querido ni buscado por Dios es asumido y por lo tanto no rechazado ni tampoco intervenido; no podemos pensar que esté en los planes de Dios. Cuando a veces nos preguntamos por el sufrimiento de niños, de pobres, de algunos pueblos, incluso sufrimientos naturales nos preguntamos dónde está Dios, porque razón no interviene. Incluso a veces llegamos a pensar que la existencia del mal es una prueba de la inexistencia de Dios.
La imagen que a veces se presenta del Padre con respecto del Hijo, como sádico por no intervenir en el sufrimiento de la cruz no sólo falsa sino que además denota que no se ha entendido nada de lo que ha sido revelado como misterio de Cristo. Cristo acepta el sufrimiento en la cruz como parte del plan de salvación; entregarse a la muerte conlleva el sufrimiento de la misma muerte; si esta muerte es en cruz, conlleva el sufrimiento de la cruz. Este sufrimiento es producido por los hombres, no por Dios.
El sentido de la Resurrección es la clave de lectura para todo lo anterior. Jesús no viene para morir solamente. Toda su predicación, todo su mensaje, su anuncio, sus gestos y obras, señales, palabras, etc., están orientadas al anuncio del Reino de Dios y a comprender que sólo podemos vivir en comunión él y que toda nuestra vida se entiende en relación a él; relación que hoy se da por medio signos orientados a comprender progresivamente qué es la vida eterna: vivir unidos y en comunión con Cristo resucitado.
Hay varios signos por los que entendemos la resurrección. La comunidad que participó como testigo pone atención algunos hechos que los hace pensar y creer que Cristo ha resucitado y tempranamente transmite este acontecimiento, y más aún, lo celebra en la eucaristía. Estos hechos son la tumba vacía y el hecho de que algunos testigos dicen que han estado con él después de su muerte (Jn 20, 1 – 18).
En el momento en que los apóstoles, los primeros seguidores y discípulos de Jesús ven o escuchan estos testimonios empiezan a comprender todo lo que había sucedido, todo lo que había sido dicho por Jesús, todo lo que en algún momento creyeron no entender tomó sentido. Ahora todo estaba claro, Jesús estaba presente en la comunidad, había resucitado y además se había quedado permanentemente presente en la Eucaristía.
Esto es lo que llamamos Misterio Pascual, esto es lo celebrado en estos días y es el misterio central de nuestra fe. Ya que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1 Cor 15, 17).
Esta tradición está en el origen de la Iglesia apostólica, siendo por algún tiempo la única fiesta celebrada. Los cristianos comprenden rápidamente que lo que Jesús ha realizado en la Última Cena, no ha sido un gesto cualquiera, sino que ha instituido el rito con el que quiere que lo celebremos; pero no sólo esto, más aún, que ha instituido un rito fundamental, cuyo sentido y contenido significativo principal, se explica los días posteriores. En efecto, Jesús en la Última Cena no sólo está instituyendo la Eucaristía como sacramento, está dejando el modo en que quiere ser recordado por la Iglesia de todos los siglos, y les da las claves de lectura teológicas fundamentales de aquello que será realizado por él: su sacrificio en la cruz, su muerte y su resurrección.
En la noche del Jueves Santo, Jesús, pronuncia las palabras que explicarán los acontecimientos posteriores; el viernes y el sábado hasta la madrugada de éste, realiza las acciones con las que estas palabras previamente explicitadas se hacen patentes.
Hay algunos temas de los que hacerse cargo en estos acontecimientos antes descritos; vistos así, no presentan grandes cuestionamientos. Jesús muere, porque así lo ha previsto y por lo demás, estaba anunciado. Por lo tanto, “todo sucedió para que se cumpliera aquello que estaba escrito”.
Hay algunos temas en los que se pueden profundizar al contemplar estos hechos: ¿Todo fue un plan organizado por Jesús y algunos de sus discípulos más cercanos en donde cada uno jugó un papel predeterminado? ¿Jesús tenía plena conciencia y conocimiento de todo lo que iba a suceder? ¿Qué diferencia hay entre la entrega voluntaria de Cristo a la muerte y un suicidio? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Cómo se entiende la resurrección de Cristo?
Son temas gruesos y que requieren de algo de detenimiento para poder responder adecuadamente.
En primer lugar, los acontecimientos tal como son relatados por los evangelios, independiente de los detalles divergentes, nos muestran la independencia que tenía Jesús de sus discípulos; en varias ocasiones los deja solos (Jn 6, 17) o simplemente los envía para que ellos prediquen o anuncien o sanen enfermos (Lc 10, 1ss); a veces hay controversias entre Jesús y sus discípulos o diferencias de opinión sobre algunos temas (Mt 19, 3ss); incluso una vez que Jesús deja de hacer milagros y empieza a juntarse con su grupo más íntimo y muchos empiezan a dejarlo, él mismo les propone, sin esconder el contenido verdadero de la pasión, que si quieren pueden tomar su camino por otro lado, pero este camino va por un sendero conocido, a nadie lo obliga, pero les presenta las consecuencias reales (Jn 6, 64 – 71). Jesús no construye monólogos o diálogos para que otros los repitan; la redención no tendría ningún sentido si su sacrificio no fuera realizado realmente por él; la influencia sobre sus discípulos nunca es para provecho propio o para manipulaciones. Cada uno realizó lo propio dentro de la pasión pero no fueron piezas de ajedrez movidas por Dios para que finalmente sucediera lo que sucedió.
Con respecto de la conciencia de Jesús sobre su mesianismo, sobre su pasión, muerte y resurrección hay opiniones diversas e incluso contrarias.
Para algunos la situación es bastante simple, como Jesús es Dios, y Dios todo lo conoce, entonces él previó todo y asumió desde su nacimiento en adelante. Así, solamente quedaba esperar que todo sucediera como estaba predispuesto por el padre; por esto los evangelios nos dicen que Jesús ha venido a cumplir su voluntad (Jn 4, 34; 5, 30; Lc 22, 42).
Esta tesis tiene varios puntos que analizar porque no está en lo correcto; el más importante es reflexionar en torno a qué tipo de conciencia tiene Jesús de acuerdo a su persona y como se vinculan la unidad de naturalezas humana y divina en la persona de Jesucristo.
Hay un principio que no podemos olvidar que se desprende de la definición que hace muchos siglos hizo el Concilio de Constantinopla: la unión de naturalezas en la persona del Verbo se da naturalmente, es decir, unidas pero no confundidas y distinguidas pero no separadas. Esto es, en la persona del Verbo, cada naturaleza mantiene sus atributos y propiedades sin mezclarse sino distinguiéndose adecuadamente.
El hecho que Jesús haya realizado su encarnación y su vida, incluso su muerte de manera natural, nos lleva a pensar que nunca quiso que su naturaleza divina absorbiera o no respetara a la humana. Si la misión divina de la salvación incluye desde siempre la muerte y la resurrección, la naturaleza humana de Jesús comprende su mesianismo pero respetando sus etapas evolutivas humanas. Así, cuando niño tiene plena conciencia de ser el Mesías y el Hijo de Dios al modo de un niño, y cuando adulto cuando comienza la misión como adulto.
Su conciencia es plena siempre y cada vez más profunda hasta que llega al máximo en el huerto y la cruz, donde experimenta el verdadero sentido de la redención: restaurar la comunión entre Dios y el hombre por medio de su sacrificio; el grito de Cristo en la Cruz, nos está hablando por un lado de la plena conciencia de Jesús del Mesianismo sufriente y que esta entrega se hace patente en la muerte; y por otro lado, nos habla de la conciencia plena de Jesús de ver que en la cruz y en su muerte, al asumir totalmente el pecado del hombre, descubre y experimenta el abismo profundo entre Dios y el pecado a tal punto que no pueden estar juntos, en esto siente el abandono y lo expresa citando el salmo (Mc 15, 34; Sal 22 (21), 3).
Este punto anterior nos lleva a reflexionar en la entrega voluntaria de Cristo; muchas veces me han preguntado por qué razón no se trata de un suicidio de Cristo. Y aquí hay que ser bien delicados en argumentar: un suicidio no tiene nada de voluntario o libre. Más bien sabemos que el hecho de suicidarse es conculcar la libertad y la conciencia de la persona fruto de verse en un callejón sin salida y buscar la muerte por medios provocativos hasta que la consigue.
En el caso de Jesús, hablamos de una muerte voluntaria, de qué el mismo entrega su cuerpo. Incluso si leemos con mucha detención el texto de la muerte nos daremos cuenta que Jesús entrega la vida cuando cree que todo está cumplido; es decir, no necesariamente su muerte se debe a que se le acabó la vida, sino que él entrega concientemente su vida para el mundo, por eso “entrega el espíritu” (Jn 19, 30).
Volviendo al argumento anterior, Jesús no busca necesariamente la muerte, no provoca a los judíos o romanos para que lo maten, sino que sabe que su actitud, sus gestos, sus palabras lo llevarán a la muerte y sabe que en esa muerte está la redención del hombre. Cuando se habla de muerte voluntaria estamos viendo una relación en que Jesús no rechaza morir, no cambia el contenido de su predicación cuando intuye que lo van a matar, pero tampoco se vuelve más provocativo. Él entrega la vida, en la muerte, para la vida del mundo; libremente, voluntariamente.
Y esta entrega voluntaria ¿Era necesaria que pasara por el sufrimiento? Jesús anuncia el Reino. El Reino implica interpelación a aceptar este mensaje. Jesús une a su predicación el misterio de su muerte y resurrección. Se puede fundamentar que unida a la predicación del Reino está el hecho de la muerte y resurrección de Jesús, no como un acontecimiento forzado sino real. La Iglesia continúa esta predicación anunciando la muerte y la resurrección de Cristo como presencia salvadora celebrada en los sacramentos de la Iglesia. Quien acepta el Reino, acepta entonces la muerte y resurrección de Jesús, por lo tanto su salvación.
Jesús al asumir la condición humana, asume todo su itinerario; desde el nacimiento hasta la muerte. Va tomando conciencia progresiva de esta realidad y la va comunicando paulatinamente a sus seguidores más cercanos quienes lo transmitirán como “instrumento salvífico” para todos los hombres.
La pregunta es ¿Por qué la muerte? ¿Por qué una muerte de cruz, cruenta? ¿Por qué el sufrimiento? Estas preguntas pueden que no tengan respuestas demasiado convincentes para quienes buscan una justificación lógica. Más bien, queremos comprender el sentido de la muerte de Jesús orientada a su resurrección es lo que nos llevará a la reflexión.
De la lectura de los textos se pueden extraer algunas conclusiones: la muerte de Jesús es voluntaria y tiene un fin salvífico universal. Es una entrega consciente y sintetiza toda la predicación de Jesús. No busca la muerte, pero tampoco la rechaza, no es una situación inesperada. El contenido de su predicación tiene como centro la explicación de su propia muerte y entrega. La predicación de Jesús pasa del anuncio implícito al explícito y esto es interpretado posteriormente por la Iglesia e incluido en su predicación y anuncio.
Jesús va a mostrar desde su propia comprensión de la muerte un vínculo de unidad plena con el Padre: confianza plena en él, cumplimiento hasta el extremo de su voluntad.
El sufrimiento aunque no es querido ni buscado por Dios es asumido y por lo tanto no rechazado ni tampoco intervenido; no podemos pensar que esté en los planes de Dios. Cuando a veces nos preguntamos por el sufrimiento de niños, de pobres, de algunos pueblos, incluso sufrimientos naturales nos preguntamos dónde está Dios, porque razón no interviene. Incluso a veces llegamos a pensar que la existencia del mal es una prueba de la inexistencia de Dios.
La imagen que a veces se presenta del Padre con respecto del Hijo, como sádico por no intervenir en el sufrimiento de la cruz no sólo falsa sino que además denota que no se ha entendido nada de lo que ha sido revelado como misterio de Cristo. Cristo acepta el sufrimiento en la cruz como parte del plan de salvación; entregarse a la muerte conlleva el sufrimiento de la misma muerte; si esta muerte es en cruz, conlleva el sufrimiento de la cruz. Este sufrimiento es producido por los hombres, no por Dios.
El sentido de la Resurrección es la clave de lectura para todo lo anterior. Jesús no viene para morir solamente. Toda su predicación, todo su mensaje, su anuncio, sus gestos y obras, señales, palabras, etc., están orientadas al anuncio del Reino de Dios y a comprender que sólo podemos vivir en comunión él y que toda nuestra vida se entiende en relación a él; relación que hoy se da por medio signos orientados a comprender progresivamente qué es la vida eterna: vivir unidos y en comunión con Cristo resucitado.
Hay varios signos por los que entendemos la resurrección. La comunidad que participó como testigo pone atención algunos hechos que los hace pensar y creer que Cristo ha resucitado y tempranamente transmite este acontecimiento, y más aún, lo celebra en la eucaristía. Estos hechos son la tumba vacía y el hecho de que algunos testigos dicen que han estado con él después de su muerte (Jn 20, 1 – 18).
En el momento en que los apóstoles, los primeros seguidores y discípulos de Jesús ven o escuchan estos testimonios empiezan a comprender todo lo que había sucedido, todo lo que había sido dicho por Jesús, todo lo que en algún momento creyeron no entender tomó sentido. Ahora todo estaba claro, Jesús estaba presente en la comunidad, había resucitado y además se había quedado permanentemente presente en la Eucaristía.
Esto es lo que llamamos Misterio Pascual, esto es lo celebrado en estos días y es el misterio central de nuestra fe. Ya que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1 Cor 15, 17).
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