Después de muchos siglos de estancamiento y de rubricismo, surgen a partir del movimiento litúrgico y los diferentes movimientos laicales aires de renovación.
El 25 de enero de 1959, Juan XXIII, en la Basílica de San Pablo extra – muros, anuncia la intención de convocar un concilio ecuménico. Finalmente el concilio fue convocado el 21 de diciembre de 1961.
Se determinaron los temas a tratar consultando el Colegio Cardenalicio, el episcopado, los dicasterios, los superiores de congregaciones y órdenes religiosas, la universidades católicas, las facultades de teología y eclesiásticas. Durante un año se llevaron a cabo la recepción de los temas. Se crearon así las diferentes comisiones de trabajo.
En 1962 el 11 de octubre se llegó al inicio del concilio con 70 esquemas de trabajo. El concilio se celebró entre 1962 y 1965, participando alrededor de 2500 obispos, además de 1000 peritos, auditores, teólogos, observadores, colaboradores. Unas 3500 personas en total.
El concilio elabora y aprueba en total 16 documentos: 4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones.
El fin mayor del concilio es la actualización eclesial, es decir, la puesta al día de aquellos elementos variables y mutables que constituyen la iglesia.
La constitución Sacrosanctum Concilium fue el primer documento en aprobarse; nunca antes la liturgia había sido tratada tan ampliamente en algún documento eclesial.
Este documento pone de manifiesto la naturaleza auténtica de la sagrada liturgia y de su importancia vital para la Iglesia; en definitiva lo que se buscaba era una reforma global para la iglesia y no solo partes de la celebración o la pastoral litúrgica.
Esta constitución se aprueba finalmente el 4 de diciembre de 1963 con 2158 votos a favor y 4 en contra.
Esta constitución se sitúa definitivamente en un plano teológico. La constitución más que apuntar a los ritos, rúbricas, formas, etc., se dedica a ahondar en la liturgia como transmisión de los contenidos de la fe. Ubica a la liturgia en contexto de la revelación como “historia de la salvación”: la obra de la salvación continuada por la Iglesia se realiza en la liturgia (SC 6). Es decir, la liturgia se presenta como verdadera Tradición, como transmisión del Misterio Salvífico de Cristo a través de un rito o modo siempre nuevo y siempre adaptado a la sucesión de los tiempos y a la variación de los lugares. La tradiciones litúrgicas son adaptación de la única Tradición. Si la Iglesia tiene como misión conducir a los hombres de todos los tiempos a la salvación, ello implica la capacidad de la misma Iglesia de acoger y adaptarse a los cambios de la historia.
En pocas palabras es la superación de una dimensión estático – jurídica por una dimensión dinámico – teológica: acción del mismo Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia (SC 7): Cristo es el agente principal en el rito y con el rito.
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